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domingo, 3 de julio de 2011

El hombre que espera (Cuento)

El hombre que espera...
Comenzaba a anochecer en la ciudad. Las luces de las casas y edificios empezaban a iluminar, como luciérnagas en una pradera, las ya vacías calles. Esta, la noche del 12 de julio, era particularmente fría. Una suerte de lluvia amenazaba con abalanzarse contra los árboles del Parque Central. A lo lejos, en una banqueta iluminada por una luz tenue e intermitente de lámpara, se encontraba un hombre con la cabeza baja. El viento golpeaba contra su ánimo. No parecía estar de muy buen humor, quizás era por el nudo en su garganta, o tal vez por las dos noches que llevaba sin moverse en ese mismo sitio.
El hombre se llamaba Rodrigo Martínez, pero para él eso ya había perdido importancia; no tenía hambre, ya habría mucho tiempo luego para comer. No tenía sed. Parecía que la noche lo había convertido en una estatua y sin embargo ahí estaba exhalando aún con dificultad, mientras el vaho producto del frío salía de su boca. Se encontraba solo, acompañado nada más que por una hoja de periódico del día anterior (que a su suerte le servía de cobija ante una noche tan helada) y una carta que mantenía aferrada a su mano, más por reflejo que por propia voluntad. Rodrigo tenía un trabajo, era abogado, al juzgar por su traje que inútilmente permanecía aún con él y su tenaz, pero con toda razón ya extinto, deseo de defender a los demás. Sin embargo, ni su nombre ni su trabajo podían sacarlo de la pena en que se encontraba.
La noche avanzaba y el hombre permanecía inerte en la banqueta. De vez en cuando, con un aire de impotencia y melancolía en su mirada, abría su mano para contemplar aquella carta que había recibo hace poco. Como todas y cada una de las veces que la veía, una lágrima nacía en sus ojos y bajaba por su pálido y herido rostro mientras con voz alta leía, como tratando de revivir para alguien más, esas ya difuntas palabras:
“Mi amor, se que llevo mucho tiempo lejos pero al fin en dos días regreso. Espérame en el mismo lugar de siempre. Te extraño”
08-07 AGZ
Al terminar la dolorosa nota, como una daga en su corazón, lo invadía de nuevo el recuerdo de ese día. Nadie podría describir el sentimiento del hombre al enterarse de esta gran noticia. Había estado esperando ese momento por casi un año y, aunque la carta tardó un día en llegar, estaba más cerca que nunca. Su espera terminaría.
Recordó que al amanecer salió de su casa y le pareció la mañana más brillante de todas. Ese era el día, su día. Y mientras caminaba se sintió el hombre más feliz. Una leve brisa jugaba con los árboles y él pensaba en el encuentro que intensamente había añorado, disponiéndose entonces a terminar los últimos 50 metros que lo separaban de su destino, de aquél lugar que tanto solía visitar hace casi un año y había sido testigo y cómplice de innumerables alegrías, cuando por fin a la distancia... la vio. Ella se dirigía, al igual que él, hacia el lugar pactado.
Recordó sentir que el corazón se salía imbatible de su pecho, sus pasos se hacían cada vez más largos y rápidos, su mundo pareció congelarse en una silueta caminante y...
Justo en esta parte del recuerdo algo bloqueó la mente del hombre, había un agujero en su memoria, un vacío negro y escalofriante que no conseguía descifrar. Lo siguiente que logró recordar quedaría grabado en él para siempre: despertarse en una desolada banqueta, con una inexplicable sensación en su pecho, una carta en su bolsillo y la imagen de una hoja de periódico, que recogió del suelo con un desgarrador miedo y que presintiendo lo que decía pero deseando con todas sus fuerzas estar equivocado, leyó:
Una vez más un conductor ebrio acaba con la vida de una persona inocente, una fresca juventud y una promisoria carrera acaba por una irresponsabilidad. Descansa en paz el abogado del pueblo Rodrigo Martínez”
Jeferson González Gómez

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