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martes, 3 de abril de 2012

Cuento: El otro y la tarde

Era claro: su día sería diferente.
Salió de la oficina a eso de las cinco de la tarde. Caminaba casi sonámbulo, completamente
domesticado por la rutina de los viernes. Miró su reloj... cinco y diez... ya estaba en la acera y sus pies eran dos locomotoras extraviadas.
Se quedó por unos minutos cautivado por la tarde de ese día que lo atrapó con los tintes violetas y las nubes amontonadas que formaban un rostro en su mente. 
De nuevo recordó no tener mucho tiempo y la preocupación por la hora lo volvió a la tierra: cinco y dieciséis -se dijo en voz baja- no me va a dar tiempo. Y siguió avanzando.
Mientras caminaba por el puente se veía a sí mismo en el reflejo del río. Fue justo ahí cuando pudo notar que no estaba solo y para convencerse movió su mano torpemente, como saludando.
Cinco y treinta, ya vas tarde - gritó el otro sin devolver el saludo.
Apresuró un poco el paso.
Las gaviotas se sentaron en los maderos solo para presenciar la persecución, pero no se tomó el tiempo para verlas. Estaba tan nervioso, después de todo este día sí era diferente.
 Cinco y cuarenta y cinco... se va a enojar.
 No le hacían gracia los comentarios, pero esta vez eran acertados.
Corrió y parecía no importarle que lo estuvieran siguiendo. Se detuvo a mirar el reloj, pero una vez más se le adelantó.
Seis y tres.
Ese -pensó- ¿por qué nunca se quedará callado?
Recuperó el aire y continuó corriendo, ahora más rápido que antes. Su mente divagaba en las posibles reacciones, en su ropa toda sudada, en la mesa ya lista, en el perro...
¡Oh zagüate ese!
Sus pies por fin se sintieron aliviados. Ya había llegado.
Entonces volvió su mirada hacia atrás y pudo confirmar su sospecha: el otro lo había alcanzado.
Seis y treinta, y otra vez se te olvidó el vino.
Mierda, le respondió.
Y ambos entraron en la casa

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